* La mentira refleja
simultáneamente carencias y deseos de ambición desmedida, lo que es y lo que se
desea ser.
¡Por qué son tan mendigos corruptos
los políticos de México!
Por: Rey Néquiz Villalba
En
la literatura socioantropológica mexicana, muchas son las contribuciones que atentan
preciar los rasgos del alma, las connotaciones específicas de la identidad
nacional. En su multiplicidad, presentan diferencias ya sea por valor intrínseco o por el método y la
perspectiva ideológica. El proceso de identificación varía con base en las
distintas modalidades, de reconstrucción de la historia nacional.
El
novelista Octavio Paz escribe: “en nuestro territorio conviven no sólo
distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos. Hay quienes viven
antes de la historia, otros como los otomís, desplazados por sucesivas
invasiones, al margen de ella. Y en acudir estos extremos, varias épocas se enfrentan, se
ignoran, se entre devoran sobre una misma
tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo como héroe,
costumbres, calendarios y nociones morales diferentes viven católicos”.
Octavio
Paz en Laberinto de la Soledad narra “las épocas viejas nunca desaparecen
completamente y todas las heridas, aún las más antiguas de mala sangre todavía.
A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otras, en
una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y
sensibilidades enemigas o distantes”.
Pero
la cultura mexicana indudablemente ha
ido asumiendo sus connotaciones precisas, marcadas por la coexistencia de una
multiplicidad étnica. También desde el punto de vista de la modernización, su
historia ha sido bastante excéntrica, asegura Amaldo Nesti, en su ensayo La
Salvación del Laberinto.
Los
estudios sobre él carácter y la mentalidad del mexicano son muchos y diversos. Las
obras más significativamente son las de
D. Brading, P. Romanelli, E. Montes, Pedro J., Caro Bojora, quienes han puesto
en evidencia el peligro de una actividad mística relacionada con la invención
del carácter nacional.
Y
el núcleo original de tal reconstrucción puede encontrarse en las obras de
Ezequiel Chávez que destacan a principios y a finales del siglo, también son
importantes las obras clásicas de Manuel Gamino, Julio Guerrero, Martín Luis
Guzmán, sobre todo, de Andrés Molina Enrique, Julio Sierra y Carlos Trejo de
Tejada.
El rostro gay del político mexicano |
Para
Amaldo Nesti tales estudios están permeados de un espíritu exquisitamente positivista.
El Laberinto de la Soledad se coloca en modo transversal respecto del tiempo
que corre hasta convertirse en examen de los modos de ser del mexicano a lo
largo de la historia nacional que como pocas otras, es una búsqueda de la
identidad, de una recompensa no reflexionada a la imagen de otro.
Así,
“la soledad, el sentirse sólo, desprendido del mundo y ajeno asimismo, separado
de sí, no es característica exclusivas del mexicano. Todos los hombres, en
algún momento de su vida, se sienten solos”. En la vida cotidiana son diversas
las ocasiones en que los sujetos prefieren cubrirse con una máscara. Con frecuencia,
el mexicano se presenta como un ser que actúa con cautela que se enmascara la
sonrisa.
Todo
sirve para defenderse, con el silencio, la ironía, la resignación y la
cortesía. Porque son para él importante las apariencias. De tal forma, la
posición social y las apariencias son crueles en toda la sociedad. Los pobres
despilfarran ostentosamente para ocultar la vergüenza de su pobreza,
endeudándose para pagar las fiestas del pueblo, las fiestas de cumpleaños, las
bodas prodigiosas y los funerales.
El
uso de títulos nobiliarios fueron prohibidos con la Revolución de 1910, pero
desde esa fecha hasta nuestros días aparecieron otros. No es como en otros
países de América Latina donde son comunes algunos títulos como doctor o don.
En México, en los estratos de la política, la burocracia y de las empresas es
preferible ser licenciado o tener un nivel de escolaridad universitaria que
implica una esfera específica de influencia y, todo esto, requiere tener el
traje y la corbata como indicadores explícitos de poder.
El
conseguir un título académico es menos importante que su uso social. No, son
pocos los políticos que usurpan un título, sin jamás haberlo conseguido, el
jefe de una oficina no es llamado por su nombre y apellido sino por su título,
en general es “el Señor Licenciado”, como una forma de masoquismo social, que
exhibe en nuestro país la corrupción política, -sin distingo de institutos políticos-,
administrativa, social, cultural y empresarial.
El
lenguaje formal que utilizan los políticos mexicanos es oscuro y enigmático,
casi una gran arma de la autodefensa; al usar palabras y frases que
aparentemente no tiene sentido, se tiende a proteger las emociones propias, a
evitar el riesgo de un compromiso. Además, así se prodigan alabanzas y elogios
para sentirse serviles.
El
motivo es sencillo; el lenguaje tiene en la utopía y retórica vida propia: casi
como si las palabras y no las personas se comunicaran entre sí. Las promesas
vacías y las mentiras francas salen fácilmente, desde el momento en que las
palabras no tienen su propio valor intrínseco. La franqueza y la sinceridad
excesiva se consideran descortesías, aún las discusiones importantes deben ser
precisadas por una “charla” sobre la familia o por comentarios irónicos de
carácter político, por lo general sobre la política interna del país.
El
lenguaje de la vida pública refleja lo que se acostumbra en la vida privada. Es
un lenguaje formal que puede ocultar una infidelidad de sutileza. Algunas
frases ornamentadas se usan con desenvoltura, desde la infancia, por otra
parte, se enseña a decir el nombre agregando la expresión, “para servirle”.
Esa
frase se repite todo el tiempo, aquí el
mexicano se presenta a otro como si fuese “su servidor”, como se acostumbra
decir después de haber pronunciado el propio nombre. Hay palabras para todas
ocasiones, con ellas se demuestran que lo que cuenta es hablar ingeniosa o
cínicamente. Las frases afectuosas abundan y se utilizan en diminutivo y en
sentido adulador en las confrontaciones de personas y tiempos, madrecita,
padrecito, papacito, mi hijo (como dice la madre al dirigirse al marido).
Constantemente se anuncia que todo sucederá
en un tiempo futuro presentado como “ahorita”, que puede ser después de
quince minutos o quince siglos.
El
insulto como significativo y el valor del verbo chingar, que domina las
manifestaciones vernáculas y funciona casi como eje de la conversación de
amplios sectores populares urbanos. “La palabra chingar, con todas estas
múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica
nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el
mexicano la vida es una posibilidad den chingar o de ser chingado, es decir, de
humillar, castigar, transar, engañar, defraudar y ofender.
La
mentira, para ocultar sus verdaderas intenciones de los políticos, es otra
máscara, esta de por sí. No tiende a engañar a los otros en cuanto a “nosotros
mismos” sino que más bien pretenden ser lo que no es. La mentira refleja
simultáneamente carencias y deseos de ambición desmedida, lo que es y lo que se
desea ser.
Simular
e inventar o más bien parece y así buscar la propia condición objetiva de la
transa. La simulación mimética es una de las tantas manifestaciones del
hermetismo del político mexicano que ocupa un espacio en las diferentes cámaras
de senadores, del Congreso de la Unión, en los Estados y municipios, al igual
que los propios dirigentes de los distintos partidos políticos y hasta empresarios ligados al poder.
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